El océano, su amor. Respira profundo, invocando la vacuidad. Afuera lo esperan su mujer y los jueces a quienes corresponde calificar la hazaña que está por realizar. El calor hace que el nerviosismo sea más notorio en todos los presentes. Los buzos se preparan para indicarle los metros que lo separan de su propia realidad, esa realidad a la cual pertenece y está por descubrir.
El mar es su vida. La inmersión solo un pasatiempo. Los 108 metros que separan el cuerpo de su alma están a minutos de encontrarse. Mantiene la concentración, pues esta vez su mente no puede jugarle una mala pasada. Su dictamen no debe sacarlo del foco de atención.
Respira nuevamente, se encomienda y se entrega. Sale. Deja atrás las comodidades, y pasa frente a los espectadores, caminando a paso lento. No habla y no escucha a nadie. Se encuentra solo y lo sabe. Su verdad no es esa, si no la que se encuentra en el fondo del agua. No está ahí para batir ningún récord. Está ahí para encontrar lo más íntimo de su ser, su inmaterialidad.
Observa gestos, ve señas. Bota el aire residual de sus pulmones que lo apartan de su esencia. De a poco se acerca a la plataforma celestial, el último paso antes de consagración espiritual. Se sienta y mira al inconmensurable océano, agudizando sus sentidos. Queda un minuto para la batalla final.
Moja su cara y se deshace de su principal fuente de oxígeno. Se aferra a la barra de inmersión, acelera su respiración logrando la hiperventilación necesaria, disminuyendo conscientemente los latidos de su corazón. Mira detenidamente la mano de quien indica los segundos restantes, inhala la última verdad terrenal y se sumerge en las profundidades de la realidad robada. El agua cubre su cuerpo. Ya no le pertenece.
Oscuridad. A medida que avanza en sentido contrario, visualiza la penumbra que el sol esconde en la superficie. Mira hacia arriba, y se da cuenta que está cambiando egoísmo por tranquilidad. Ruido por silencio. Sabe que lo que sucede allá arriba jamás le entregará tanta satisfacción como lo que está a punto de encontrar. Ni siquiera el amor por una mujer que lleva a su hijo en el vientre.
La inmensidad del océano lo recibe. La ausencia de humanos es el principio, y él no lo es, pero también reconoce que para los sueños el dormir no es la causa. Es el mar. El único lugar que alberga el fin último, la verdad.
Escena disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=e4qZOZ_gYeg
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1 comentario:
muy buena descripción maquita y poniéndo en contra parte los sentimientos. Me sentí muy representado por esto que acabas de escribir. La paz, el silencio, la naturalidad, el espacio, los colores y la oscuridad al mismo tiempo, te provocan allá abajo poder vivir y quedarte para siempre ahí. Pero cuando el tanque de oxígeno te exige que debes subir, esa quimera se revienta igual que un vaso que cae y se estrella contra el piso de un segundo a otro.
La verdad de cada uno existe cuando uno se encuentra con uno, cara a cara, desprotegido, lo que te obliga a confiar en tus sentidos.
Muy bueno maquita keep going (echame una lukia a mi po jajaja, de pasaita)
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